PERFILES

Juan Carlos Garay

Es uno de los escritores más queridos de nuestra casa. Nos ha acompañado desde nuestros inicios y hoy seguimos trabajando en nuevos proyectos.

Por Alberto Domínguez

Citamos a Juan Carlos Garay (1974) a las oficinas de la editorial para hacer esta entrevista una tarde de lluvia en Bogotá. Llega con un saco gris de traje y debajo una camisa azul. Muy a tono, dice, para las fotos que le vamos a hacer para mostrarlo como autor del primer libro de la colección Alta Fidelidad: Kind of Blue, un ensayo en el que explora su íntima relación con el disco de Miles Davis. Aunque para el autor lo que ha escrito tiene clara la etiqueta: «una memoria de oyente». Es cierto, es un libro en el que sus recuerdos determinan la narración. Entonces aparece la anécdota de cuando tenía quince años y era monitor de una clase de apreciación del jazz. El profesor era Roberto Rodríguez Silva, el maestro del jazz en la radio colombiana. Una tarde el alumno se vio en la casa del maestro con libertad para explorar una cava que en vez de vinos guardaba vinilos. Allí estaba una primera edición del Kind of Blue, fue su primer contacto.

De pronto Juan Carlos se escabulle por los pasillos de la editorial y se encuentra con las pruebas del libro, que acaban de llegar de la imprenta. Entonces pide un café americano y, siempre de pie, se inclina sobre un mesón y se prepara para revisar cada uno de los cuadernillos. La entrevista se retrasa, la diseñadora se inquieta porque justo estaba ultimando detalles y el resto nos llenamos de paciencia. Juan Carlos quiere asegurarse de que el libro se vaya limpio a impresión. Encara la tarea con desenfado, proyectando a ese tipo cool que lo tiene todo bajo control, ese que también se expone en el libro. Eso es Kind of Blue y eso es, en general, la música de Miles Davis. De ahí la sordina, explica Juan Carlos. Si uno escucha Kind of Blue nunca se va a encontrar con una trompeta descontrolada, en su mayor capacidad de decibles, sino apaciguada por la sordina.

De su infancia, Juan Carlos guarda otros recuerdos. Uno muy presente: en las noches, ya acostado en la cama, sentía que sobre la casa se posaba el silencio total. Lo único que podía escuchar eran los latidos de su corazón. Intrigado, le contaba a su mamá lo que estaba pasando. Después supieron que estaba perdiendo la audición por cuenta de una otitis. Llegó a perder el 40%. Tras un par de cirugías empezó a recobrar el oído, un sentido que ya estaba olvidando. Y vino el descubrimiento que le cambió la vida: los Beatles. Recuerda que los vio en televisión, cantando ‘Penny Lane’ y ‘Strawberry Fields. Era música rara y bella a la vez. Lo fascinaron John Lennon y la guitarra y él quiso seguir ese camino. Tomó clases y la primera canción que le enseñaron fue ‘Yo también tuve veinte años’, a él, un joven de trece años que no sintió emoción ni identificación alguna. Después conoció la música de Eric Clapton y entendió que eso era un guitarrista, que en ese rubro él no tenía nada que hacer. Sus fortalezas las encontró en el español y la filosofía, en el uso del lenguaje para argumentar. Fue así como dio con su vocación. Hoy Juan Carlos es un reconocido periodista cultural y musical con dos Premios Simón Bolívar, también un destacado escritor de ficción con cuatro novelas publicadas: La nostalgia del melómano (2005), La canción de la luna (2011), Balsa de fuego (2016) y
Borealis (2022). Todos sus proyectos tienen un elemento recurrente: hay música y músicos, mucha música y muchos músicos. Tanto que Mintcho Badev, amigo y violonchelista de la Orquesta Nacional Sinfónica de Colombia, dice que Juan Carlos escribe sobre las vidas de los músicos como si fuera la cosa más importante del mundo. Sus novelas las ha escrito para que sus lectores hagamos conciencia de la importancia que en la sociedad tienen la música y los músicos.

—Ellos son los que nos proporcionan el placer sonoro, un placer estético que a veces no valoramos lo suficiente por la condición tan etérea que tiene la música —explica Juan Carlos—. Cecil Taylor, un gran pianista de jazz, decía de manera despectiva que la música es solo una de esas cosas que hay en el aire. Para la mayoría de la gente la música es eso, es una cosa que está en el aire. Que está ahí, sonando.

Pero a Juan Carlos la música lo ha salvado. Por eso no es erróneo decir que su trabajo puede leerse como una retribución a lo que la música le ha dado. Sucedió, por ejemplo, en el invierno del 97. Vivía en Washington, lejos geográficamente de sus seres queridos y amigos. Si miraba por la ventana lo único que veía era nieve. Acababa de terminar una relación de pareja. Estaba enfermo y sin compañía. Lo único que tenía cerca era un radio y en una de sus escuchas dio con la Sonata No. 3 para violonchelo y piano de Beethoven. Una sonata alegre, que todo el tiempo va rápido. Cierto es que la música no le quitó el malestar, tampoco provocó que regresara con su pareja, pero sí le quedó la sensación de que en el mundo todavía quedaban cosas bellas por descubrir.

—La música es inagotable. En La nostalgia del melómano, el protagonista dice:

«Una vida no es suficiente para escucharlo todo». Supongamos que uno vive noventa años, aun así no vas a poder escucharlo todo —dice Juan Carlos—. Entonces en ese proceso de envejecer la música es un ancla. Persiste la promesa de nuevas músicas por escuchar, y la emoción de recrear músicas ya conocidas. Y a pesar de que el silencio es muy bello, no concibo la posibilidad de envejecer sin música.

Para Juan Carlos el silencio no solo tiene cualidades de belleza si no que es el punto de partida y de llegada de la música, como lo dijo el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim. Entonces sabe reconocer qué regalarle a su oído en dado momento y también entiende cuando es el momento de darle un buen lapso de silencio. Cuando recuerda situaciones en las que ha necesitado el silencio por encima de cualquier música lo primero que se le viene a la cabeza son duelos, momentos duros.

—Cuando murió mi mamá yo no resistía nada. Necesitaba el silencio. Así fuera la novena sinfonía de Beethoven. Tenía que rodearme de silencio. El silencio me daba una paz que no me daba nada más. También hay momentos en los que me paro enfrente de mi colección de CD —unos dos mil quinientos, según calcula—, pienso qué quiero oír y sorprendentemente respuesta es «quiero el silencio». Después de días, de semanas, de escuchar mucha música, hay un momento en que necesitas refrescarte, limpiarte. Necesitas silencio.

            Y también oscuridad.

Juan Carlos es un escritor nocturno, amante de la noche.

            —La noche lo que te permite es estar más en contacto con el universo. Lo que nosotros llamamos día es una excepción porque consiste en que una parte de nuestro planeta se acerca a una fulgorosa estrella, el sol. Pero es una excepción porque esa claridad no es lo primordial en el universo. Lo primordial es la oscuridad —dice Juan Carlos, que entre otras cosas hizo un diplomado en Astronomía, un interés que ha sabido extrapolar a su oficio como escritor. Está el caso de su novela La canción de la luna, que escribió enteramente durante la noche. En ese entonces vivía en un apartamento con vista a los cerros orientales de Bogotá y por las noches veía asomarse la luna. Si la luna estaba menguante, también lo estaba su escritura. Si la luna estaba llena, escribía páginas refulgentes.

También de noche escribió el ensayo de Kind of Blue. por cuenta de un período de insomnio. Entonces sacaba su CD player, ponía Kind of Blue, conectaba los audífonos y se sentaba a escribir. Noches enteras así. No se cansó de la dinámica, como nunca en su vida se ha cansado de escuchar este disco. En cada nueva audición, aún en el proceso de escritura, descubrió nuevos elementos en la obra de Miles Davis. Juan Carlos procedió cómo indican que se debe proceder con este disco, tal y como nos lo cuenta él mismo en el ensayo: «Una corriente de los comentaristas musicales insiste en que es un álbum que suena mejor de noche. Parece que hubiera una relación directa entre el grado de luz y la capacidad envolvente de la música. De hecho, una de las primeras reseñas que aparecieron de Kind of Blue (a siete semanas de

su publicación) se enfocaba en ese aspecto: «Cómprenlo y escúchenlo a un volumen suave, alrededor de la medianoche»».

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