Conversaciones

Óscar Pantoja

Es uno de los escritores más queridos de nuestra casa. Nos ha acompañado desde nuestros inicios y hoy seguimos trabajando en nuevos proyectos.

Su pasión por la literatura emergió desde que era muy pequeño, gracias a su mamá que le recitaba poemas de Gabriela Mistral que él, poco a poco, se fue aprendiendo de memoria. Gracias a sus hermanos, también, que le presentaron de forma muy primaria el lenguaje del cómic, con las historietas que llevaban a casa. Recuerda leer Águila solitaria, Calimán, Arandú… Ahí empezó el asunto.

«Uno conoce el cómic en el barrio pero no entiende el concepto de lenguaje tan complejo que es».

Ya en el colegio empezó a escribir esos primeros cuentos en los que emulaba todo lo que leía. Como no había computadores, Óscar los escribía a mano y luego, seguro con el dinero de las onces, los fotocopiaba para pasárselos a su mamá, a sus hermanos, a sus profesoras o a sus amigos. Leía muchísimo y en desorden, iba de Dostoievski a Kafka y, sin darse cuenta, empezaba a interiorizar los eternos prejuicios sobre la narrativa gráfica. Veía un cómic y ya no lo veía como algo interesante; no hallaba algo complejo o valioso.

Pero ese prejuicio adolescente se le quitaría gracias al retorno a la imagen que ocurriría en su etapa universitaria. Al graduarse del colegio, Óscar decidió estudiar cine. Desde entonces, muy intuitivamente, ya soñaba con la fusión de la imagen y de la palabra. «Yo quería estudiar cine porque concebía que la literatura no se estudiaba. Para mí la literatura se aprendía haciendo y leyendo». Estudió un año y luego se salió, no porque no le gustara, sino porque su situación económica de entonces tampoco daba para más. «Decidí decirle a mi mamá, fresca, no gastes más plata. Ella es madre cabeza de familia, ella sola mantenía cuatro hijos… Pero no me fui… Yo seguí siendo amigo de todos».

Aunque no estaba matriculado, Óscar no dejó de ir a los rodajes y a las clases en la Cinemateca. Pronto, entró a trabajar en pos-producción de televisión, luego, como profesor de video y, de ahí, todo lo demás. Empezó a tomar un taller de escritura tras otro y, en ese ir y venir, conoció a John Naranjo, uno de los fundadores de Rey Naranjo Editores, con quien forjó una gran amistad y se lanzó en la aventura de crear Gabo: memorias de una vida mágica. Gracias a este proyecto, Óscar descubrió el arte secuencial norteamericano y latinoamericano, el cómic español y el cómic francés. Empezó a descubrir y a entender todas las posibilidades de la narrativa gráfica, desde la viñeta misma.

«Cuando uno hace un buen trabajo uno sabe qué va a ocurrir. Es inevitable. Tú sabes que estás construyendo algo con mucho cuidado, que escribes con mucha atención, que le dedicas tiempo a eso que estás haciendo, que no es producto de el azar».

Recuerda una tarde en que se reunió con John para tomarse un café recién había salido el libro. Gabo se había merecido un artículo en un periódico internacional: «Nos reímos porque sabíamos que iba a ser así, pero igual era una sorpresa. Se sentía una alegría infinita, mucha confianza, un poco de vanidad, pero también se sentía mucha inseguridad por lo que podía venir… Para todos fue una sorpresa y, sí, sabíamos que iba a tener una buena acogida, pero la realidad, cuando la ves, es fabulosa, es deliciosa».

Cuando Óscar habla de la creación literaria, afirma que hay una única línea que une a todos los lenguajes narrativos, un único material de trabajo: el ser humano. «Todo lo que envuelve la existencia del ser humano es el barro con el que trabajamos». De ahí, lo que queda es entender el lenguaje con el que se moldeará ese barro. Si es narrativo, entender que cada palabra, cada línea, cada párrafo, tiene su ritmo, su tono y su textura; si es el del cómic, entender el poder y la complejidad de la imagen.

Óscar también resalta el respeto que todo escritor debe tener por sus lectores. Saber pararse, llegar al límite y nunca sesgar la historia, nunca adoctrinar al lector. Es una línea complicada, más cuando todo escritor trabaja con temas complejos, con la herida de una sociedad, con la llaga, con lo que le incomoda. Pero la forma en la que un escritor expresa determinada condición, por compleja que sea, nunca puede ser la forma en que piensa. «El escritor pone a unos personajes a habitar un contexto y a vivir en ese contexto. No se va a meter en la vida de esos personajes, sino que los pone a vivir… Hay que silenciar esos letreros que se le salen a uno cuando escribe». Por eso para Óscar lo más importante es la reescritura y ve en la reescritura el verdadero talento de un autor. Es ahí cuando se quita el sesgo porque con la primera emoción resulta imposible no confundir la voz de los personajes con la propia voz.

Con esta misma seriedad, asume su rutina de escritura. «Para mí es un trabajo. Escribo en las mañanas. Mi cerebro está fresco, está organizado y me siento a escribir tranquilamente, dos horas, tres horas que escriba, es un logro inmenso». Por eso sus clases o sus charlas las programa en las tardes y reserva las noches para leer todo lo que pueda. Hoy hizo una excepción en sus mañanas creativas para regalarnos esta charla y recordarnos que siempre, siempre, hay que seguir escribiendo.

«Obvio nos alegramos con los premios o nos alegramos o nos molestamos con las críticas, pero ese no es nuestro oficio, nuestro oficio es contar historias».

En pocas palabras

El libro más preciado de su biblioteca
En este momento, Aquí, una novela gráfica de Richard McGuire.

Un disco preferido
Yo soy muy rockero y salsero. Que me pongan Led Zeppelin y salsa.

Personaje literario predilecto
Alicia. Es fabulosa, es bellísima.

En otra vida hubiera sido…
Astrónomo.

Tres librerías que no deja de visitar
Santo & Seña, Fondo de Cultura Económica y Árbol de tinta.

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