Cuando el milenio despuntaba, Alonso tenía a su cargo una columna en el diario El Espectador, titulada De rumba con Loncho. Era un mapeo de los bares y metederos de la noche bogotana. Para esa misma época, luego de visitar la Ciudad de México, Alonso construyó una crónica sobre la noche chilanga, dando inicio a un proyecto de guía de viajes en clave narrativa. Uno a uno fueron cayendo sus recorridos por Praga, Lisboa, Berlín, Estambul… pero, también, cayó Alonso en cuenta de una realidad muy sencilla: la noche es nómada y los lugares de los que había escrito dejarían de existir con el paso de los años. El proyecto fue perdiendo revoluciones.

Pero, buena costumbre de escritor y de obsesivo documentador, nada de lo escrito fue a parar a la caneca. Todo quedó congelado, a la espera de recibir una nueva inyección de movimiento. Para Alonso no es extraña esa forma de crear. Primero sus libros de desarrollan en su cabeza.. «Mi proceso creativo siempre ha sido el mismo: investigo, leo, me documento, conozco, me meto, y lo dejo ahí… me lleno de todo eso. Y tengo la fe de que algún día voy a escribir el libro».